viernes, 30 de enero de 2009

Recomendado ATRAPADOS POR LA "SEGURIDAD HUMANA"


Por Román Ortiz*

Como cualquier otra disciplina, los Estudios Estratégicos y de Seguridad también son víctimas de las modas. Tal fue el caso con el éxito de conceptos como el de “nuevas guerras” que se hizo famoso a comienzos de los años 90 para bautizar formas de violencia tan antiguas como los enfrentamientos étnicos. Lo mismo se puede decir de la oleada de explicaciones economicistas de los conflictos internos inspiradas en una lectura simplista de los estudios realizados por Paul Collier para el Banco Mundial a inicios de la década de 2000.

Ahora, el debate académico y la formulación de políticas de seguridad parecen empantanados por otra moda intelectual que entorpece el diseño de estrategias efectivas para defender a los ciudadanos: la teoría de la “seguridad humana”. Un término difuso que pivota sobre la doble creencia de que el fortalecimiento del Estado está en contradicción con la protección de los individuos y que los programas sociales pueden extinguir la criminalidad por sí mismos sin que las instituciones democráticas insistan en el empleo de la fuerza.

El debate en torno al concepto de “seguridad humana” sería un asunto escolástico si no fuera por su espectacular éxito en Colombia. Esta moda intelectual ha llegado a todas partes. Toda una muestra de la ubicuidad del término se puede encontrar en la página web de la Secretaria de Gobierno de Bogotá, Clara López (www.claralopez.net) donde se anuncia que “avanza la política de seguridad humana en Bogotá” al mismo tiempo que se subraya que se apuesta por “una seguridad fincada en la convivencia y no en la represión”.

La funcionaria distrital está lejos de ser una excepción. Políticos, académicos y antiguos miembros de la Fuerza Pública han abrazado el concepto con entusiasmo. Una inmensa mayoría de las universidades invierten mucho más tiempo y recursos en instruir a sus estudiantes sobre las finezas de la “seguridad humana” que en la enseñanza de otras disciplinas con más tradición académica e igualmente relacionadas con la protección de los ciudadanos como los estudios sobre criminalidad o terrorismo.

Curiosamente, existen pocos conceptos tan ajenos a la experiencia cosechada por Colombia en su esfuerzo por restaurar el orden y la paz como las ideas agrupadas bajo la etiqueta de “seguridad humana”. Si se puede señalar una causa primaria de la crisis de seguridad que padeció el país a finales de los 90, se trata de la fragilidad del Estado y en particular de su aparato de seguridad.

Durante ese período negro, los colombianos fueron asesinados, secuestrados y desplazados no por la omnipotencia de un Estado tiránico sino por la incapacidad de las instituciones para proteger a los ciudadanos. Se vivió un ejemplo cruel de como Thomas Hobbes concebía la vida del hombre en ausencia de gobierno: pobre, tosca, embrutecida y breve.

De igual forma, la paradoja de cómo la inversión estatal no solo no apagó la violencia en las regiones sino que estimuló la codicia de los grupos armados por capturar los fondos destinados a educación o salud demostró como crimen y terrorismo no pueden ser apaciguados haciendo uso exclusivamente de programas sociales. Sin duda, el acceso a la educación y las oportunidades económicas fortalecen la confianza popular en las instituciones y animan a la opinión pública para cerrar filas frente a quienes quebrantan la ley. Pero la seguridad es una condición previa para generar desarrollo y prosperidad. Sin ella, la inversión en hospitales o escuelas es solamente un botín a merced de los violentos.

Si los postulados de la “seguridad humana” parecen bastante lejanos de la realidad, ¿cuál es entonces la explicación de su éxito? Sin duda, existen académicos competentes y políticos sinceros que han sido atraídos por el espejismo de encontrar una alternativa a la “seguridad tradicional”.

Además, otros factores han contribuido a la difusión de este concepto en aulas académicas y despachos oficiales. Para empezar, la tentación de alinearse con lo políticamente correcto ha empujado a muchos a respaldar públicamente una idea que promete la fantasía de una estrategia de orden público sin su lado impopular: la necesidad del Estado de Derecho de hacer uso de la fuerza. Sobre esta base, la campaña de mercadeo lanzada desde sectores de la comunidad internacional ha sido decisiva para convertir la “seguridad humana” en un artículo de fe. De hecho, Naciones Unidas ha declarado este concepto como uno de los ejes de sus actividades globales donando decenas de millones de dólares para crear institutos, financiar proyectos de investigación y celebrar seminarios con esta orientación. Bajo tales circunstancias, ¿quién se resistiría a la “seguridad humana”?

El problema es que, parafraseando al filosofo norteamericano Richard Weaver, “las ideas tienen consecuencias”. Enarbolando la teoría de “seguridad humana”, sectores políticos y académicos buscan el origen de los problemas donde no está y toman decisiones de gasto en la dirección errada. Responden a alzas en los índices de delincuencia con discursos sobre la problemática social existente al tiempo que no se comprometen a proporcionar el respaldo político y las inversiones necesarias para que la Fuerza Pública pueda cumplir la tarea que le corresponde.

Abordar los problemas de seguridad demanda, en primer lugar, abandonar un discurso que puede cosechar aplausos en algunos círculos políticos de dentro y fuera del país; pero que impide concebir y ejecutar una estrategia efectiva para garantizar la protección de los ciudadanos. Un cambio que muchos agradecerían en una ciudad como Bogotá que ve su tranquilidad erosionada por el ascenso de la criminalidad y al mismo tiempo que se enfrenta al zarpazo del terrorismo.

Román D. Ortiz*
Coordinador
Área de Estudios de Seguridad y Defensa
Fundación Ideas para la Paz

domingo, 18 de enero de 2009

DE 1909 PARA 2009: REYES Y URIBE

17 de enero de 2009.

Por Daniel Mera Villamizar

Colombia entró al año de la víspera del Centenario, 1909, con un gobierno autoritario de gran desempeño, el de Rafael Reyes, que había logrado extender su periodo de seis a diez años (1904-1914), pero venía en proceso de divorcio de la opinión y dejaría inconclusa su obra. En 1910, un elegante opositor, Carlos E. Restrepo, asumió la Presidencia con la bandera de la Unión Republicana, que buscaba la concordia política y prohibió la reelección inmediata.

Tras la Guerra de los Mil Días y la separación de Panamá, Reyes interpretó el anhelo de reconstrucción y progreso, a contra corriente del conservatismo nacionalista, dominante bajo el mando de Miguel Antonio Caro. Hombre de provincia, nacido en Boyacá y templado en el Cauca y el Putumayo, pronto se reveló como caudillo de acción, práctico (sin reparar en códigos), que disgustaba a la intelectualidad bogotana y gozaba de enorme popularidad. Madrugaba, tenía "don de gentes", y oía a los ricos en detrimento de los políticos, gramáticos y abogados.

En diciembre de 1904 cerró el Congreso, que no le autorizaba medidas económicas y fiscales indispensables, en medio de la aceptación general. Una Asamblea Constituyente y Legislativa, a partir de 1905, validaría los designios del dictador moderado e incluyente, pues tenía ministros y constituyentes liberales, antes proscritos del poder. Reyes aseguró la ansiada paz con el desarme de la población y sus gamonales, y con la modernización y el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas. "Orden y economía", era su consigna.

Se consagró febrilmente a impulsar las industrias, los ferrocarriles, las "fuentes de trabajo y de riqueza", cuyos "secos y precisos números" exponía en "excursiones presidenciales" por el país, aun ante abrumadas y "nobles damas" de Cartagena y Barranquilla. Había recibido un país débil, visto en Europa como susceptible de nuevas desmembraciones, y con la imagen de tierra de leprosos, porque en la guerra civil miles "habían escapado de sus asilos, esparciéndose por las distintas regiones".

Para 1907, Colombia tenía otro atractivo internacional, y bastantes razones para agradecer con un Te Deum que "Dios protegiera a Reyes de forma descarada" en el atentado del 10 de febrero de 1906. Sin embargo, en 1908 los motivos acumulados de la oposición: los confinamientos, la falta de elecciones y representación, el reordenamiento territorial, la centralización política y rentística, entre otros, encontraron una decisión muy impopular del general Reyes que les facilitó ganar la opinión: un arreglo expedito con Estados Unidos, aun sin indemnización por Panamá, para atraer inversión extranjera, su gran esperanza.

Rafael Reyes, tildado de "poco pulido", sacó la conclusión de fondo, dejando una gran lección: "es base de la República la alternabilidad en el poder y no deseando aparecer como hombre necesario", renunció. "El orden y la paz no dependen de la permanencia de un solo hombre en el poder", dijo. Era el 13 de marzo de 1909. Cien años después, la renuncia del Presidente Uribe a un tercer periodo nos permitiría llegar al Bicentenario con la tradición republicana viva, con paz política y, muy probablemente, con un acuerdo de futuro basado en la firmeza, así apareciera un Carlos E. Restrepo.

viernes, 2 de enero de 2009

"LAS COSAS NO SON COMO PARECEN"

El Nuevo Herald - Miami / Publicado el 2 de enero de 2009

RAFAEL GUARIN


Madrid -- El ''intercambio epistolar'', en el cual han involucrado a más de un ingenuo de buena voluntad, no es más que una nueva operación psicológica y política concebida de acuerdo a los intereses y estrategia de las FARC. La liberación de la ignominia del secuestro de cuatro miembros de la fuerza pública y de dos políticos por parte de la guerrilla debe celebrarse, no así la forma en que ésta se producirá.

Al igual que hace un año, el anuncio de liberaciones no es un acto humanitario, ni un éxito de quienes posan de intermediarios. Las cosas no son como parecen y mucho menos cuando se trata con maestros de la simulación y la mentira. Detrás hay una perversa maniobra orientada a crear un clima favorable a las pretensiones de las FARC y que hace parte de la calculada respuesta política a los duros golpes recibidos.

Lo confirman las propias FARC en comunicación de octubre pasado al autodenominado grupo de ''intelectuales'', que Cano bautiza ahora con la consigna de ''Colombianos por la Paz''. En el texto aparece el verdadero objetivo de las viejas y nuevas liberaciones: ''crear condiciones y ambientes propicios'', ¿para qué? No sólo para el ''canje de prisioneros en poder de las partes contendientes'' (en su lenguaje), sino para avanzar en el objetivo que expresan en la carta de la semana pasada: ``Ver florecer un nuevo gobierno que convoque al diálogo de paz''.

A partir del secuestro, el espanto que genera la deplorable situación de las víctimas, el empleo de la propaganda y la ayuda de políticos nacionales y extranjeros, las FARC pretenden modificar la conducta de una sociedad que masivamente las condena. Es la aplicación de las enseñanzas de los terroristas anarquistas del siglo XIX. Joseph Conrad lo describe en boca de Osiipon: ''Lo único que importa es el estado emocional de las masas. Sin emoción no hay acción'' y esa acción, en este momento, es conseguir que los ciudadanos cambien el respaldo a una política de firmeza estatal por un gobierno que les reconozca el carácter de ''actores políticos'' y promueva la negociación. Es un esfuerzo por regresar al ``dialoguismo''.

El intercambio epistolar no es más que una renovada y más fina versión de la película que montaron Hugo Chávez, Piedad Córdoba y las FARC el año pasado. Los mismos actores y la excusa humanitaria sirviendo de treta. ¿Por qué insisten? Porque además de lo anterior la guerrilla para sobrevivir requiere con urgencia recuperar legitimidad política, paliar los efectos negativos del secuestro, dividir una sociedad unida contra el terrorismo y posibilitar la actuación de gobiernos amigos en la región. Cano lo reconoce sutilmente al recomendar ``tener en cuenta la manifiesta disposición de la gran mayoría de presidentes latinoamericanos para contribuir con sus esfuerzos en el proceso de intercambio humanitario y paz''.

Tan preparada está la actuación que a la primera carta de los supuestos ''intelectuales'' las FARC respondieron presurosamente, luego se promovió que todo el que quisiera escribirle a la guerrilla pidiéndole que cese los secuestros pudiera hacerlo. ¿Quién se negaría a pedirle que termine los crímenes de lesa humanidad? El portal de internet del Movimiento Bolivariano y el de las FARC inmediatamente se unieron, al igual que los integrantes del Partido Comunista Clandestino y la Coordinadora Continental Bolivariana. Era previsible. La guerrilla concibió hace más de una década el ''intercambio humanitario'' como un instrumento de agitación y movilización de masas.

Esta trampa lo que busca es allanar los obstáculos para avanzar en el reconocimiento de beligerancia. También legitimar el secuestro con el argumento de un conflicto armado no internacional. Los medios de comunicación no informaron que el Secretariado ratificó a los ''intelectuales'' que seguirán secuestrando. ¡Eso sí, para las FARC, los ''intelectuales'', un sector del Liberalismo y el Polo Democrático Alternativo los secuestrados no son secuestrados! Los policías y militares son ''prisioneros de guerra''. Otros son deudores morosos de las FARC porque no pagan las extorsiones, que tampoco son extorsiones sino impuestos revolucionarios. Y los políticos son retenidos por el reclamo del pueblo y por defender la Constitución de 1991. ¡Bonita forma de acabar con el secuestro disfrazándolo y optando por su legalización! En conclusión, el ''intercambio epistolar'' no sólo es un salvavidas para los farianos sino uno de los medios con los que buscan recuperar lo perdido en el terreno militar y político, al tiempo que contribuir a que escale la violencia y el secuestro. Evidentemente, las cosas no son como parecen.