miércoles, 18 de noviembre de 2009

CRÓNICA DE UNA GUERRA ANUNCIADA



RAFAEL GUARÍN

A pesar que el llamado de Hugo Chávez a prepararse para una guerra generó nerviosismo continental, no es una novedad. Amenaza con ella desde 1999 y no está improvisando.

La política de seguridad y defensa de la revolución bolivariana se formuló para enfrentar ese posible escenario. A eso responde el Concepto Estratégico de Defensa Integral y el Concepto Estratégico Militar, el fortalecimiento bélico, los vínculos con Rusia e Irán, la adopción de la llamada guerra asimétrica, al igual que la constitución de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y la Milicia Nacional, que operará en las áreas donde “ante la materialización de alguna de las hipótesis de conflicto les corresponderá actuar”, es decir, en la frontera con Colombia.

Desde esa perspectiva, un primer análisis sugiere que las advertencias de guerra y la compra de armamento, son expresiones de los factores psicológico, técnico y político que requiere una buena disuasión, siguiendo a Raymond Aron.

Pero la cuestión no es tan simple. Primero, porque es evidente que el Pentágono no tiene en su agenda planes de invasión en Latinoamérica. Segundo, porque en el absurdo caso de querer intervenir en Venezuela, técnicamente no necesita del territorio colombiano y, tercero, porque si bien los acuerdos suscritos entre Washington y Bogotá consolidan una alianza política y militar, son contra el narcotráfico y el terrorismo y no contra ninguna nación.

Son otras las verdaderas explicaciones. El poder militar cumple dos funciones: es clave en el mantenimiento y entronización de la revolución en la propia Venezuela y se concibe como bastión de la expansión del modelo bolivariano y de la construcción de la “Patria Grande”. El discurso de la disuasión esconde la ambición de convertirse en potencia militar, con capacidad de hacer operaciones más allá de sus fronteras, en alianza con otros gobiernos y hasta con organizaciones terroristas.

En ese contexto, cuando Chávez habla de guerra hay que creerle, así convenientemente después baje el tono, como acaba de suceder. Entre otras cosas, porque su gobierno declaró hace mucho tiempo una guerra irregular a Colombia, al apoyar activamente a las Farc en el propósito de derrumbar la democracia liberal e imponer el socialismo del siglo XXI.

Si bien es inviable una guerra convencional, no así un evento bélico, más aún cuando en el Palacio de Miraflores se elabora una historia ficticia que pretende dar vuelta a la real situación y pasar de agresor a agredido y de acusado a acusador, con la falsa denuncia de que la administración Uribe envía cuadrillas de paramilitares para asesinar al teniente coronel y desestabilizar la revolución.

El asesinato de jóvenes en la frontera, la sindicación de que eran paramilitares (lo que sus familias niegan), la utilización de mentirosos testimonios sobre una supuesta conspiración hecha desde la Casa de Nariño y la redacción de una novela de espionaje, que afecta además a Cuba y Ecuador, demuestra que se está montando un tablado para justificar una acción militar.

Otra opción es el escalamiento de la guerra irregular contra Colombia. El teniente coronel calificó la firma del acuerdo de cooperación como una declaración de guerra y le preocupan los efectos militares que tendrá en sus aliados, las golpeadas guerrillas. Adicionalmente, las Farc le ofrecieron ayuda militar a Chávez y este nunca la rechazó, por el contrario, le pidió entrenamiento a las Farc en guerra de guerrillas, conforme a la nueva doctrina militar bolivariana.

Es urgente que la comunidad internacional actúe para evitar el conflicto y desescalar la crisis. La iniciativa de acudir al Consejo de Seguridad de la ONU y la OEA es el camino, no UNASUR. Estas organizaciones deben garantizar la seguridad y la paz internacionales, sobre la base de proscribir la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales, precisamente, cuestión en que está empeñada la revolución chavista.

www.politicayseguridad.blogspot.com

lunes, 16 de noviembre de 2009

CRISIS COLOMBO - VENEZOLANA - UNA GUERRA AJENA

Publicado en El Tiempo - 16 de noviembre de 2009

PEDRO MEDELLÍN

Nadie está tomando seriamente lo que está ocurriendo en la frontera colombo-venezolana. Ni la seguidilla de ataques y muertos en uno y otro lado de la frontera, ni mucho menos el cúmulo de intereses que se están moviendo detrás de la conflictiva situación. Ya no sólo son los traficantes de armas quienes se frotan las manos ante la expectativa de una confrontación armada entre los dos países. También los analistas de la geopolítica mundial comienzan a expresar sus preocupaciones por lo que pueda ocurrir en esa frontera.

Y tienen razón. Una cosa es que en Colombia se frivolicen las advertencias de acción militar de Chávez, al reducirlas a una actitud paranoide, o al intento de tender una cortina de humo para esconder su crisis interna. Pero otra muy distinta ocurre cuando esas mismas advertencias se ponen en el contexto del enfrentamiento entre Irán e Israel.

Es decir, en el escenario de dos países que amenazan con destruirse, y ahora "se desafían en Latinoamérica tomando partido por Chávez y Uribe", como resume un informe dominical del diario El Mundo de Madrid.

Y es aquí donde adquieren otro sentido asuntos como la muerte accidental de cuatro pasdaranes (miembros de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní) de alto rango, que podrían estar entrenando a militares venezolanos en el uso de tecnologías para el control de la frontera con Colombia (según versiones del diario árabe Ash Sharq Al Awsat, recogidas por El Mundo), o las preocupaciones de la cancillería israelí por la aparición de células de Hezbolá en la Guajira colombiana, que "no sólo sirven para celebrar ceremonias religiosas, sino también para recolectar dinero y mandar a Oriente Medio".

En la batalla por el apoyo de los latinoamericanos, iraníes e israelíes no han cedido un centímetro. A la intensa actividad diplomática desplegada por Irán, en la firma de acuerdos de cooperación técnica y asistencia económica con Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Bolivia y Brasil, el gobierno de Israel respondió duro.

Primero, en julio de este año, con la gira de su Canciller por Argentina, Brasil, Colombia y Perú, que la prensa no tardó en calificar como una "campaña contra el régimen iraní en Suramérica". Y luego, este fin de semana, con la visita del presidente Shimon Peres a Brasil buscando desactivar cualquier posibilidad de que se firme un acuerdo energético con Irán.

Como se sabe, el presidente Lula da Silva fue uno de los primeros líderes mundiales en reconocer la victoria electoral del presidente iraní, al tiempo que Teherán afirmó que el gobernante brasileño será el primer dirigente en ser visitado por Ahmadineyad en su nuevo mandato. Para unos y otros, la inminente entrada de Brasil al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas le da un valor crucial al apoyo que puedan obtener del país suramericano.

Paradójicamente, la ampliación de los acuerdos de cooperación militar con Colombia se vuelven un problema para Washington. Lejos de ser una ventaja estratégica, el acceso a las bases militares colombianas se va a convertir en un factor de presión israelí para que los Estados Unidos contengan el avance iraní en el continente americano. Y en una disculpa para que los iraníes invoquen la necesidad de hacer valer el eje de unidad contra el país del norte. En esa perspectiva, quién sabe hasta dónde estará dispuesto a ir el gobierno de Washington para defender de un ataque a su aliado suramericano.

Lo cierto es que el ambiente de preguerra que se vive en la frontera colombo-venezolana no parece tener una salida clara. Al tomar partido con Chávez y Uribe, Irán e Israel bloquearán cualquier posibilidad de acuerdo entre Caracas y Bogotá.

En este escenario, Colombia debe tener muy claro que, ante la interferencia activa de intereses extrarregionales, cualquier acción armada a uno u otro lado de la frontera con Venezuela la puede dejar atrapada en una guerra que no es ni será suya.

Pedro Medellín Torres

viernes, 13 de noviembre de 2009

PAPELES PARA EL ANÁLISIS

¿Qué es disuasión?

Publicado en Revista de Occidente número 78, Noviembre 1987

Tomado de: http://sub.gees.org

Por: MANUEL COMA

La disuasión es un fenómeno común en todas las formas de relaciones humanas y se da incluso entre irracionales. Si es tan viejo como las relaciones interpersonales, ha existido siempre también en las relaciones entre grupos y por supuesto entre naciones. A pesar de su presencia permanente y a menudo decisiva en las relaciones internacionales, no ha atraído de forma sistemática la atención de los analistas hasta después de la segunda guerra mundial. Su auge como objeto de estudio y categoría de política práctica se halla íntimamente asociado al desarrollo de las armas de destrucción masiva y a la extrema polarización de la política mundial en los años de la guerra fría. Ambos fenómenos han dado lugar a un tipo de disuasión de perfiles especialmente nítidos. La teoría se ha elaborado sobre este caso particular sencillo, lo cual no significa -como decía Clausewitz de la estrategia- que sea fácil. Se ha elaborado además de forma deductiva, a partir de unas ciertas premisas, pero sin recurrir al análisis sistemático de precedentes históricos. El esfuerzo teórico ha estado destinado al consumo político y ha ido por detrás de la adopción de una estrategia disuasora a la que la teoría pretendía ilustrar y orientar.

El caso particular es el de la disuasión de un ataque termonuclear masivo de uno de los duopolistas nucleares contra el otro, o más exactamente de la URSS contra los EEUU. El caso es sencillo porque la polarización es total; .el peligro que se pretende disuadir -el ataque- y la amenaza disuasora -la réplica del mismo signo – ponen en juego la supervivencia misma de los antagonistas, por lo que la réplica es altamente creíble y sin duda supone para el agresor costes insoportables. Se da además una separación casi total entre defensa y disuasión Las fuerzas disuasoras -si se cumplen ciertos requisitos en su estructura- pueden ejecutar su terrible réplica sin necesidad de derrotar el apartado militar contrario. Lo mismo se puede decir del ataque inicial. Hay que añadir, por último, que este tipo de disuasión ha funcionado perfectamente, aunque esta conclusión no se deja demostrar de forma irrefutable. Se puede objetar que el agresor no era tal y que el ataque no se produjo porque nadie lo pretendía.

Antes de la era nuclear y en numerosas crisis de nuestro tiempo el papel de la disuaasión y el mecanismo de su funcionamiento no tienen contornos tan claros. La disuasión no está separada de la defensa. Para infligir un castigo es necesario derrotar las fuerzas enemigas. Con frecuencia el efecto disuasorio reside simplemente en la capacidad de resistencia a la agresión de las propias fuerzas militares. No existen unas fuerzas destinadas a la disuasión diferentes de las fuerzas defensivas Salvo en el caso de una abrumadora superioridad militar por parte del. disuasor-defensor no es posible imponer castigos absolutamente insoportables. Si hay una aproximada igualdad o el primer ataque supone ventajas estratégicas importantes, es fácil que el agresor se deje arrastrar por ilusiones que le induzcan a cometer graves errores de cálculo. Por último, lo que perjudica su relevancia histórica, el éxito de la disuasión es casi invisible, da como resultado un no-suceso, una agresión que nunca tuvo lugar. Siempre puede ser atribuido a la ausencia de intenciones. Deja escasa huella en lo que los historiadores escriben, aunque pueda ser vital en del decurso histórico. Por todo ello es más fácil ver los fallos de la disuasión que sus éxitos. Guerras ha habido muchas. Sin embargo, no siempre se ha pretendido prevenirlas mediante mecanismos disuasorios. Incluso cuando ha habido tal pretensión, el análisis histórico muestra que con frecuencia no se daban todos los requisitos que la teoría identificaba como los componentes esenciales de la disuasión. En muchos casos no se produjo un fallo de la disuasión. Más bien ésta no existía, con independencia de cuáles fueran las intenciones. Así China quiso disuadir a EE UU de extender el conflicto de Corea hasta su frontera. Amenazaba con su intervención, pero no comunicó claramente su amenaza para no perder las ventajas de la sorpresa estratégica. No hubo disuasión. Faltó uno de sus requisitos. Por el contrario, se puede conjeturar razonablemente sobre el gran número de procesos bélicos que se hubieran podido evitar de haber existido una fuerza disuasoria creíble. Por ejemplo, una gran catástrofe histórica como nuestra guerra de independencia. Napoleón comentó que no invadiría España si la operación le fuese a costar diez mil hombres. Calculaba que serían muchos menos, lo que resultó un grave error. La reacción popular no era previsible y no existía experiencia de guerra de guerrillas. Si España hubiera tenido un ejército regular capaz de ofrecer resistencia equivalente a la citada cifra de bajas, la invasión no se hubiera producido. Con todo, la experiencia histórica parece demostrar que la disuasión convencional no es tan eficaz como la nuclear. No pone en juego una apuesta tan decisiva. Sin embargo, los fallos de la disuasión pueden contribuir a la credibilidad de la misma, recordando lo muy posible que la guerra es.

Las formas de disuasión que han sido mencionadas hasta ahora tienen un carácter exclusivamente internacional y preferentemente militar, cuando hemos dicho que la disuasión es un fenómeno mucho más amplio. Es una de las varias formas de ejercer influencia, cuando la vida social es una inmensa red de influencias que se entrecruzan. Disuadir es convencer a un adversario de que renuncie a una acción cuyo resultado valora positivamente y que nosotros consideramos lesiva para nuestros intereses. Representa el lado negativo del poder. El ejercicio positivo del mismo consistiría en forzarlo a actuar en un sentido deseado. Este aspecto ha recibido menos atención por parte de la teoría de las relaciones internacionales. Se habla en inglés de compellence –compulsión- y de coercive diplomacy, diplomacia coactiva. En rigor, dado el significado común de las palabras, ambas formas de influencia, bloquear una acción o forzarla, se pueden realizar mediante estímulos negativos o positivos, amenazas de castigo o promesas de premio. Sin embargo, en el estudio de la disuasión en la vida internacional no se suele tener en cuenta el papel de los premios. Los bastones aparecen estrechamente asociados a los comportamientos disuasorios, las zanahorias pertenecen a otro capítulo. Así pues, disuadir es inducir a la inacción mediante amenazas. A su vez las amenazas pueden ser de muy distinta naturaleza. Saltan a la vista, por ejemplo, las sanciones económicas. Pero siguiendo las preferencias que ha mostrado hasta ahora la bibliografía internacionalista y, por supuesto, la estratégica, vamos a ocuparnos especialmente de las amenazas militares referidas a la disuasión de una agresión militar.

El supuesto básico sobre el que se asienta toda pretensión de disuadir a un oponente es la racionalidad. Hay que postular una capacidad de conducta racional en el Estado objeto de la amenaza disuasora. Se trata de una racionalidad utilitaria. No excluye un sistema de valores propio, que puede diferir notablemente del del disuasor y que éste ha de tener muy en cuenta. Pero a partir de sus propios valores el disuadido debe estar en condiciones de calcular fríamente los costos y los beneficios de su planeada agresión. Un loco furioso no puede ser disuadido. Si el placer de la agresión lo es todo, no hay castigo que valga. Esta es la condición que el disuasor no puede controlar. Cuando no se da, la disuasión quiebra. Las circunstancias internacionales o internas que ponen a los líderes en situaciones desesperadas pueden provocar un tal colapso de la racionalidad y hacer al fin inoperantes todas las previsiones disuasoras.

Las demás condiciones, componentes o requisitos de la disuasión dependen del disuasor. Es pues su responsabilidad que la disuasión funcione. Es decir, que exista. Pues hablar de fallos de la disuasión no es más que una manera impropia de expresarse. Si se produce la agresión es que no se cumplía alguna de las condiciones que crean la disuasión. Entre éstas podemos identificar una de carácter físico y varias de carácter psicológico, puesto que la disuasión es ante todo un fenómeno psicológico La disuasión está en la mente del disuadido. El disuasor trata de actuar sobre la mente de su enemigo, modificar su cálculo coste-beneficios para que le resulte negativo. El elemento físico es la fuerza disuasora, la capacidad militar con la que amenazar al potencial agresor y con la que llevar a cabo la réplica o la resistencia si el ataque se produce. Esa fuerza debes ser de tal naturaleza y magnitud que haga la réplica (o resistencia) segura y eleve los costos de la aventura bélica por encima de los posibles beneficios. La probabilidad de la réplica y la cuantía probable de los daños son dos elementos esenciales del cálculo del agresor. La especulación acerca de cuál es el castigo adecuado para disuadir y qué fuerzas son necesarias par ejecutarlo constituye una parte importante de los estudios sobre la disuasión, precisamente aquella parte que tiene una mayor incidencia práctica en el diseño de una política de seguridad nacional. Pero 1o que disuade es algo contingente. Depende de la evolución de la tecnología militar, de la naturaleza política del potencial agresor, de la correlación o balance de fuerzas y de la situación internacional. Depende, pues, de circunstancias cambiantes. Veremos luego el caso paradigmático de la disuasión nuclear. Pero las doctrinas de disuasión no deben confundirse con la teoría de la disuasión, que estudia ésta de manera más abstracta, tratando de indagar su estructura y funcionamiento.

El elemento físico de la disuasión es esencial en la medida en que facilita la credibilidad de la amenaza. Pero si la potencia que adopta la actitud defensiva consigue hacer creer a su oponente que tiene unas capacidades militares que en realidad no posee, el efecto disuasorio es el mismo que si fuesen reales. Las fuerzas materiales colaboran en el proceso psicológico, pero no modifican su naturaleza. El análisis histórico demuestra que rara vez una potencia amenaza explícitamente con fuerzas inexistentes, aunque si la amenaza es implícita no es tan raro dar a entender que existen unas capacidades superiores a las reales. Por el contrario, si la potencia que es objeto de la amenaza disuasora no crece en la realidad de las fuerzas de réplica, no se sentirá inhibida por las mismas y continuará adelante con sus planes, por más que corra al desastre. La credibilidad que el agresor atribuya a las fuerzas de réplica es lo que presta a éstas su virtualidad disuasoria. En disuasión la credibilidad es más importante que las fuerzas, si bien lo normal es que dependa de su existencia. Por el contrario, cuando se trata de defender combatiendo, la realidad de las fuerzas es lo único que cuenta. Llevar a la mente del agresor la convicción de que las capacidades de represalia existen representa sólo la primera parte del factor credibilidad. La segunda se refiere a las intenciones del disuasor. Éste necesita también convencer de que está dispuesto a ejecutar su amenaza, arrostrando los sacrificios que tal acción imponga. Las capacidades sin agallas para usarlas son inútiles. Esto explica el destino de la doctrina disuasora americana de los años cincuenta, la represalia masiva. Los EE UU confiaban en la amenaza del uso masivo de su enorme superioridad nuclear para disuadir cualquier acción hostil soviética contra los protegidos de América, sólo para descubrir que la enormidad de la amenaza generaba poderosas inhibiciones morales que impedían su ejecución contra todo lo que no fuera un ataque nuclear soviético a gran escala. No funcionaba la disuasión sobre esa base en crisis o guerras de menor entidad. Hubo que cambiar de doctrina.

De lo dicho se deduce que el valor disuasorio de la capacidad de represalia se obtiene multiplicando el daño que puede infligir por la credibilidad de su existencia y de su uso. La credibilidad es en la mente del agresor una probabilidad. Si es total, su valor es uno y la disuasión vale tanto como la capacidad de castigar tras haber sufrido el primer ataque. Si la credibilidad es cero, la disuasión también lo es. Pero si las fuerzas existen, la credibilidad nunca puede ser cero. Por muchos que sean los frenos que bloquean su uso, lo cierto es que si existen pueden ser usadas. No sólo la conducta ajena, sino ni siquiera la propia pueden predecirse con absoluta certeza. Toda arma, no digamos ya la nuclear contiene en sí misma una capacidad implícita de amenaza que puede ser llamada disuasión existencial. Esta cualidad inherente a la fuerza militar presta racionalidad, al menos una cierta racionalidad, a algunas de las posturas más radicales en materia de disuasión, como por ejemplo la de los obispos católicos americanos.

En su famosa pastoral, aquellos proclamaban la licitud de proferir amenazas nucleares con fines disuasorios pero la total inmoralidad de su ejecución, a la que la política americana debe renunciar absolutamente. En principio es completamente absurdo formular una amenaza y acto seguido proclamar que nunca se ejecutará. Pero lo cierto es que, al margen de las intenciones, si se poseen las armas se pueden llegar a usar. No se puede prever el comportamiento en condiciones extremas y nunca antes experimentadas como las que se derivarían de un ataque nuclear masivo. Así pues, al hablar de credibilidad hay que introducir el factor incertidumbre, que impide que la credibilidad se reduzca a cero. Y aunque el valor asignado a ésta sea muy bajo, si la capacidad de represalia es inmensa, como en el caso de las fuerzas estratégicas de las superpotencias nucleares, el producto resultante puede ser una disuasión aceptable aunque ciertamente no ideal. Frente a ciertas doctrinas estratégicas que haciendo de la necesidad virtud convierten la incertidumbre en panacea, hay que entender ésta como un mal menor, subsanable siempre que sea posible. Llevar la incertidumbre a la mente del contrario puede ser bueno. Crear la certidumbre de que poseemos las adecuadas fuerzas de represalia y de que estamos decididos a usarlas es mucho mejor.


La credibilidad no agota los aspectos psicológicos de la disuasión. Descubrimos en ella también un complejo fenómeno de comunicación, precedido por una delicada definición del compromiso. El disuasor debe dejar lo más claro que sea posible cuál es la acción prohibida. Las ambigüedades pueden ser responsables de los fallos de la disuasión, es decir, de su inexistencia. Los retrasos pueden también resultar fatales. Si la definición del compromiso y la formulación de la amenaza se producen cuando ya se ha puesto en marcha la decisión del oponente puede ser demasiado tarde para que surtan efectos disuasorios. El compromiso y la amenaza es necesario comunicarlos a la otra parte. Tanto la transmisión como, especialmente, la recepción son susceptibles de múltiples distorsiones. En especial el disuasor debe tratar de comprender la mentalidad y el código de valores del destinatario de su mensaje.

En resumen, analizando la estructura de disuasión nos encontramos por un lado con una presuposición de racionalidad utilitaria por parte del potencial agresor sobre la que no se puede ejercer un control. Por parte del que trata de mantener el statu quo debe haber en primer lugar una definición del casus suadendei. En segundo lugar necesita unas capacidades con las que amenazar a su enemigo e incidir así en los cálculos-que éste realiza con vistas a su agresión. En tercer lugar ha de comunicar sus intenciones haciéndole ver a su oponente los medios de que dispone en términos que sean claramente perceptibles para el agresor. El resultado de ese esfuerzo nos da el cuarto aspecto, la credibilidad o probabilidad que el supuesto disuadido atribuye al disuasor de elevar los costos de su acción y el cálculo que hace respecto al grado o medida de efectividad de la represalia.

Si el agresor está dotado de esa racionalidad que constituye un supuesto básico para que pueda darse la disuasión, antes de lanzarse a la aventura realizará un cálculo de los riesgos que corre y de sus expectativas de ganancia. El cálculo se produce sin duda de manera esencialmente intuitiva, pero en é1 podemos discernir los siguientes elementos: 1) Valoración de sus objetivos de guerra (o en términos más generales, de la acción vetada); 2) expectativas de costes para las distintas respuestas posibles; 3) probabilidad de cada una de esas respuestas, y 4) probabilidad de vencer con cada una de las respuestas contempladas. El tercer punto representa la credibilidad. Para asignarle un valor tiene que conjeturar cuál sea el cálculo del disuasor, que a su vez se compone de los siguientes elementos: 1) Su valoración del objetivo que intenta preservar de la agresión o usurpación; 2) el coste que espera tener que pagar por su respuesta; 3) la probabilidad de éxito, y 4) la incidencia de la respuesta en la futura capacidad disuasora. Tanto a la estimación de los objetivos y de los costes como a las distintas probabilidades que entran en el juego se les pueden asignar valores numéricos, convirtiendo así el cálculo en matemático. Estas operaciones aritméticas tienen interés analítico por la oportunidad que proporcionan de estudiar diversos casos o hipótesis, pero dudoso significado práctico, pues todos y cada uno de los valores se asignan de forma intuitiva y conjetural y una acumulación de desviaciones puede dar un resultado absurdo. Nada sustituye el “olfato” estratégico y político, aun cuando el estudio teórico puede ilustrar esa intuición básica y ahorrar algunos errores de cálculo. En todo caso, ya no cabe aquí entrar en dicho estudio. Pertrechados con los conceptos que hemos ido examinando debemos abordar el caso de la disuasión con armas nucleares.

La disuasión ha llegado a ser la idea cardinal de toda la concepción estratégica americana y occidental. Este carácter dominante puede hacer olvidar que se impuso con cierta lentitud. A pesar de que las primeras reflexiones teóricas, desde 1946, sobre las consecuencias inherentes a la existencia de la bomba atómica, le atribuían a ésta una función exclusivamente disuasoria, el aparato militar americano, absorbido por una espectacular desmovilización de los efectivos de guerra, pensaba en una posible tercera guerra mundial en los mismos términos que la que acababa de concluir. Los bombardeos estratégicos serían efectuados mucho más eficientemente por la nueva y potentísima bomba. Las ideas básicas de disuasión nuclear no aparecen en un documento oficial del máximo rango hasta el NSC-68, redactado por Paul Nitze y aprobado a comienzos de 1950. En ese momento las ideas están todavía en germen. La guerra de Corea ejercerá un gran impacto en el desarrollo de las mismas. De ella, la nueva administración Eisenhower, que toma el poder en enero del 53, en pleno conflicto, y los jóvenes estrategas civiles de la Rand Corporation, deducen consecuencias diametralmente opuestas. Para Eisenhower y su secretario de Estado Dulles la guerra se ha producido porque EE IU no había dejado clara con anterioridad su disposición a utilizar su arsenal nuclear para aplastar a los agresores de sus aliados. De ahí la formulación en el 53 de la doctrina de Represalia Masiva (Massive Retaliation), que basa la política de seguridad americana en la explicitación de una amenaza nuclear ilimitada. Esta primera doctrina americana de disuasión nuclear pareció a los estrategas académicos demasiado burda. Para ellos el desencadenamiento de la guerra de Coread demostraba que un amenaza tan enorme carecía de valor para disuadir guerras limitadas. El escaso papel de las armas nucleares en las crisis de los cincuenta pareció darles la razón. Por otra parte, a largo de esa década fue creciendo la preocupación por el desarrollo de las fuerzas estratégicas soviéticas, preocupación que estalló con la puesta en órbita del Sputnik, en 1957. Cada vez más los soviéticos iban estando en condiciones de someter al territorio americano al mismo chantaje nuclear. Frente a esos peligros, los estrategas de la Rand, y más que nadie Albert Wohlstetter, elaboraron los requisitos de la disuasión nuclear. A comienzos de los sesenta McNamara, secretario de Defensa de la nueva administración Kennedy, dio un giro a esa doctrina de disuasión estratégica en un sentido que algunos consideraron perverso. Se trató de una nueva doctrina oficial, la Destrucción Mutua Asegurada. Nos ocuparemos primero de esa elaboración clásica de los años cincuenta, base de todo el pensamiento estratégico occidental.

Wohlstetter resaltó el carácter delicado del equilibrio del terror. No basta la capacidad de infligir un daño enorme para disuadir si nuestras fuerzas de represalia son vulnerables a un primer ataque. Si además de vulnerables tienen un carácter provocativo, no sólo hacen precaria la disuasión sino que de hecho pueden estar incitando a un primer golpe preventivo. Así que lo esencial es asegurar la invulnerabilidad de un núcleo de fuerzas suficiente para causar un daño insoportable tras haber sobrevivido a un primer ataque del enemigo. Si éste está convencido -una vez más es la mente del agresor lo que cuenta- de que poseemos tales capacidades cualquier incentivo que le estimule a lanzar el ataque se ve contrarrestado por la perspectiva de daños insoportables. Naturalmente, los daños deberán ser tanto más grandes cuanto mayor sea el estímulo. Pero con fuerzas nucleares no es ése el problema. Siempre se puede conseguir. Lo cual no quiere decir que la selección de objetivos no sea una cuestión de la máxima importancia, a la que en último término queda reducida toda la estrategia nuclear. Pero la cuestión más inmediata es conseguir la invulnerabilidad de ese núcleo suficiente de fuerzas de represalia. Una forma de lograrlo es alojar las fuerzas en refugios endurecidos lo que se hizo a lo largo de los sesenta. Los avances en la precisión de los misiles en la década siguiente han ido restando valor a este método. La dispersión multiplica el número de blancos y evita que una sola arma atacante destruya varias de un solo golpe, pero dificulta las comunicaciones .De mayor eficacia es la movilidad, pero complica todavía más el problema de las comunicaciones. La plataforma más segura para vehículos portadores de armas nucleares es el submarino, pero también resulta de muy difícil acceso a su propio mando en tierra. Por otro lado, las armas supervivientes han de estar en condiciones de penetrar unas defensas enemigas en máximo estado de alerta, puesto que si el agresor cree que las puede interceptar, su valor disuasorio desaparece. En ese aspecto la penetrabilidad de los misiles es hasta hoy día, mientras no se desarrollen sistemas antibalísticos, total, mientras que la de los bombarderos es muy inferior. Pero éstos ofrecen la ventaja de que sus órdenes de ataque pueden ser anuladas cuando ya han iniciado su misión, lo que no sucede con los misiles, mucho más expuestos por tanto a desencadenar una guerra por error, como consecuencia de una falsa alarma. Para tratar de paliar los distintos inconvenientes y disfrutar de todas las ventajas, el diseño de las fuerzas estratégicas de las grandes potencias se ha basado en la tríada nuclear: bombarderos de largo alcance, misiles intercontinentales y misiles lanzados desde submarinos. Esa redundancia es uno de los factores que explican el porqué de fuerzas nucleares tan grandes.

La invulnerabilidad de las armas es una condición necesaria para la existencia de disuasión, pero no suficiente. Porque hay algo que no puede protegerse de manera eficaz, a no ser que en el futuro las tecnologías de la SDI rindan frutos hoy insospechados. Se trata de las ciudades. Las armas nucleares convierten a la población contraria en rehén de la propia seguridad. Esta condición no superada afecta poderosamente a la credibilidad de la amenaza de represalias nucleares. Se ha considerado siempre creíble una represalia masiva contra un ataque inicial de la misma índole, lo que supone prestar racionalidad a la pura venganza, puesto que con una tal respuesta no se consigue más que dejar al agresor igual de maltrecho que la víctima. Pero los objetivos de la estrategia disuasora norteamericana no se limitan a neutralizar el peligro de un ataque nuclear total. Es necesario proteger a los aliados y a los neutrales amigos e incluso a los que no lo sean, como por ejemplo Irán hoy día. Hay que tener presente que la disuasión es el corolario de la política de contención así como de los valores morales en los que se asienta el sistema norteamericano. Al optar por la mera contención del expansionismo soviético y renunciar de facto a la iniciación de hostilidades nucleares, los EE UU se sitúan en una posición defensiva, más apremiante que su contraria. Es necesario tener siempre a punto las adecuadas capacidades de represalia. Los requisitos de la disuasión son mucho más exigentes cuando se quiere extender su manto protector sobre terceros países. ¿Se arriesgará un presidente americano a perder Nueva York por castigar la destrucción en París o Londres? Los soviéticos pueden muy bien no creerlo. Esto plantea el problema de la disuasión extendida, que es abordado en otro artículo de este mismo número.

Pero todavía resta el peligro de un ataque nuclear limitado y el peligro de que a pesar de todas las precauciones la disuasión falle y haya que hacer frente a una guerra nuclear. Por improbables que sean esas hipótesis, no prepararse para las mismas puede ser invocar el desastre. Ello no significa afirmar que una guerra nuclear limitada no sea una catástrofe terrible ni tampoco que con seguridad pueda ser constreñida dentro de ciertos límites. Pero sin duda se pueden dar pasos, tecnológicos y estratégicos, en esa dirección, como reforzar los sistemas de comunicación o control y adoptar medidas de defensa activa y pasiva. Los soviéticos se han gastado muchos miles de millones de dólares en ambas, lo que sin duda indica que piensan sirven para algo, aunque no sepamos cuánto valor les atribuyen. Los EEUU renunciaron a construir refugios y elaborar planes de evacuación de las ciudades. No han desarrollado apenas un sistema de defensa antiaérea. No han construido el sistema de misiles antibalísticos que les permitía el tratado ABM de 1972, mientras que los soviéticos sí han construido el suyo y lo perfeccionan continuamente. La razón de esta ausencia de medidas que servirían para reforzar la disuasión, es decir, la credibilidad de la réplica disuasora, en una serie de delicadas contingencias, hay que buscarla en la doctrina estratégica apadrinada por McNamara, a Destrucción Mutua Asegurada, o según sus siglas, MAD. La MAD enfatiza la invulnerabilidad de las armas y la vulnerabilidad de las poblaciones. Mientras esta situación se mantenga la guerra nuclear no puede reportar ventajas a quien ataque primero, y por tanto carece de sentido. Mantener la situación en los términos expuestos hace la guerra imposible. Se trata por tanto de congelarlos. No adoptar medidas defensivas y no adquirir armas más precisas que pongan en peligro las fuerzas de represalia contrarias. Pero a pesar de las medidas presupuestarias, el progreso tecnológico es imparable y los avances en la precisión han continuado. Por otra parte, el buen funcionamiento de una disuasión basada en la vulnerabilidad mutua requiere la colaboración de la otra parte. Si los soviéticos se esfuerzan por mejorar su capacidad de primer golpe y por conseguir toda la protección que sus medios económicos les permitan, es que no creen que la MAD sea la mejor doctrina para su seguridad y la promoción de sus intereses internacionales. En efecto, han realizado esos esfuerzos, luego no ha habido colaboración. De ahí una nueva revisión de los conceptos disuasorios americanos.

http://sub.gees.org/articulos/que_es_disuasion_2606

miércoles, 11 de noviembre de 2009

CRISIS COLOMBO - VENEZOLANA


Revista Cambio
Por: RODRIGO PARDO

11/11/09
Memorando al Presidente

Asunto: qué hacer ante las recientes amenazas de guerra del presidente Hugo Chávez.

Señor presidente Álvaro Uribe:

A usted le ha tocado una misión sin antecedentes: construir unas relaciones con una Venezuela que piensa distinto a Colombia en todo lo fundamental y evitar un conflicto que está más cercano que nunca. Hay algunas tradiciones, señor Presidente, que no se pueden perder en estos momentos. La principal es que los colombianos nos unimos en momentos de conflicto externo —un corolario de la guerra contra el Perú—. Lo invito a que convoque como Jefe de Estado a todos los partidos, candidatos y fuerzas uribistas y de oposición.

Ya no funciona, Presidente, la famosa frase del ex presidente Eduardo Santos según la cual “con Venezuela todo nos une y nada nos separa”, que nos sirvió de guía durante décadas a varias generaciones de cancilleres y embajadores en Caracas. Hoy poco nos une y mucho nos separa, aunque sigue siendo cierto que el destino de los dos pueblos debe ser el entendimiento, la cooperación y la integración, por más lejanos que parezcan. Los colombianos y los venezolanos tenemos un mismo padre fundador y pertenecemos a una misma realidad social y geográfica. Una guerra entre Colombia y Venezuela, por muy distintas que sean, sigue siendo una guerra entre hermanos y hay que evitarla con el mismo empeño con que la evitamos en el pasado, cuando nuestras concepciones políticas eran más parecidas.

La Venezuela de Chávez, presidente Uribe, es muy distinta a la del pasado pero solo los venezolanos son arquitectos de su propio destino y solo la historia podrá juzgar la revolución bolivariana. Lo cierto es que su gobierno tiene que tratar con ella. Creo, señor Presidente, que Colombia tiene en juego tres objetivos ligados a sus intereses nacionales: preservar la soberanía para decidir en forma autónoma e interna los parámetros de su cooperación militar con Estados Unidos; contener el apoyo de Chávez a las Farc, y construir una relación con Venezuela que impida el escalamiento del conflicto, controle la proliferación de incidentes y genere espacios para una agenda de cooperación en temas esenciales.

La mejor política para alcanzar estos intereses no es asumir el rol —que nadie más está dispuesto a asumir en el hemisferio— de frenar las extravagancias de Chávez o de atacar su ideario. A Venezuela hay que manejarla como un vecino con un proyecto profundamente distinto, no como a un enemigo. Chávez, por sus posiciones antidemocráticas y estilo agresivo, es incómodo para todos: para Estados Unidos tanto como para los miembros de Unasur. Pero no pueden esperar que el país que tiene más intereses en su relación con Venezuela sea el que asume el precio de frenarlo.

Además, la experiencia indica que no puede esperarse mucho de los ‘terceros actores’: la paz, al final, está en sus manos y en las de Chávez. Celebro sus llamados a la ONU y a la OEA, pero en esos organismos tienen asiento Venezuela y sus aliados, y solo actuarán dentro de mandatos aceptables tanto para Usted como para Chávez. Es verdad que ellos, así como el popular presidente de Brasil, tan bien recibido en Bogotá y en Caracas, pueden ayudar a bajar las tensiones. Pero se necesitará un trabajo prudente y profesional, como el que en forma ejemplar han realizado Usted y el Canciller para normalizar las relaciones con Ecuador. Hay que bajarle el tono a este conflicto. ¿Por qué no apelar al tratado colombo-venezolano de Conciliación, Arbitraje y Arreglo Judicial de 1939? Recuerde que contempla una comisión binacional de conciliación.

Y una última reflexión: ¿dónde están, Presidente, los Estados Unidos? A ese país le conviene el acuerdo recientemente firmado, y no puede ser que Colombia sea la única que pone el pecho para explicarlo. ¿Por qué no dice nada el presidente Obama para tranquilizar a la región sobre lo que hará en ‘las bases’ colombianas?

Presidente, ábrale espacios amplios a su agenda para contar con el tiempo que requiere pensar y escuchar. Se necesita cabeza fría porque está en juego la paz entre dos países hermanos. Y parece que Chávez no lo entiende.

CRISIS COLOMBO - VENEZOLANA


EL ANÁLISIS DE INFOLATAM

Cuando Chávez quiso hacer sonar el escarmiento

Infolatam
Madrid, 10 de noviembre de 2009

Cuando la primera presidencia de Juan Perón estaba a punto de finalizar, y desde el poder se utilizaban métodos abiertamente represivos contra la oposición, el presidente argentino escribió en las páginas de un periódico: "El pueblo debe saber que si se altera el orden, si hay atentado o asesinato, su reacción ha de dirigirse sobre los verdaderos culpables y dar un escarmiento que, por ejemplar, se recuerde por varios siglos". Desde entonces la frase de hacer tronar el escarmiento tiene claras resonancias de violencia política en Argentina.

La intervención de Hugo Chávez en su programa semanal "Aló presidente", del pasado domingo 8 de noviembre, tuvo características semejantes. La brutalidad con la que el caudillo bolivariano aludió a un probable enfrentamiento bélico con Colombia no dejó indiferente a nadie. Se puede coincidir o no con las palabras del comandante Chávez, pero quedó claro que no se anda con medias tintas. Si a comienzos del siglo XXI el entonces embajador de Estados Unidos en Caracas, John Maisto, decía que había que atender a lo que Chávez hacía y no a lo que Chávez decía, hoy sabemos que esto no es así y que muchas de sus bravatas terminan convirtiéndose en dolores de cabeza para más de uno.

De ahí la necesidad de atender a los actos y también a las palabras de Chávez. Y éstas, precisamente, fueron bastante inamistosas, comenzando por aquello de que sí Estados Unidos ataca militarmente a Venezuela utilizando a Colombia y las bases disponibles en ese país comenzaría la "guerra de los 100 años, y esa guerra se extendería por todo el continente". Y esto sería así porque "Venezuela no está sola, tenemos un grupo grande de amigos en este mundo... Que nadie crea que una guerra contra este país será sólo contra Venezuela".

En su estilo habitual y pese a que no le gusta en absoluto que nadie se inmiscuya en lo que el llama los asuntos internos de Venezuela, que son casi todos, no hizo lo propio con Colombia. Su falta de respeto fue absoluta: "El gobierno de Colombia no está en Bogotá, ahora está en Estados Unidos... Colombia se entregó. No el pueblo de Colombia, el gobierno y la oligarquía colombiana. Se entregaron sin vergüenza y sin máscaras". No podía ser de otro modo, ya que en su opinión Uribe y sus seguidores son "simples lacayos del imperialismo".

Qué debe hacer Venezuela en este contexto. Pues, con la intención de "defender esta patria sagrada que se llama Venezuela" hay que prepararse para la guerra, a la vez que se debe ayudar al pueblo con el mismo objetivo.

La cuestión de fondo es por qué hizo Chávez sus declaraciones en este momento. Como siempre no hay respuestas sencillas, ya que hay argumentos relacionados con la difícil coyuntura interna que atraviesa el país y otros relacionados con el flanco exterior. Internamente no es la primera vez que Chávez agita el banderín del nacionalismo y del antiimperialismo ante grandes dificultades. El victimismo sirve para aglutinar a sus bases detrás de su liderazgo y también para reducir el nivel de las críticas y el umbral del descontento.

Las restricciones energéticas y de agua, unidas a crecientes dificultades económicas (la inflación no da tregua) y de abastecimiento han incrementado el malestar popular. Tras una década en el poder, el discurso de echar las culpas al pasado y a sus predecesores cada vez tiene menor audiencia. Para colmo, en septiembre de 2010 se convocarán unas elecciones parlamentarias decisivas para sus planes de reelección.

Externamente hay que mostrar a sus aliados, especialmente a los más leales, a los que han adherido al ALBA (Alianza bolivariana para los pueblos de nuestra América), que no se ha perdido la iniciativa. Los hechos, sin embargo, muestran otra cosa. La evolución de la crisis hondureña puede arrojar un desenlace contrario a sus intereses.

El diferendo con Colombia, que esperaba resolver después de la reunión de Unasur y de su Consejo Sudamericano de Defensa, sigue igual y los colombianos no sólo no se han movido un ápice de sus posiciones iniciales, sino que ni siquiera fueron condenados por sus pares continentales. Todavía la vieja idea de la soberanía nacional y de la no injerencia pesa demasiado en América Latina, pese a la retórica de los discursos integracionistas.

Ante tal situación, ante la incertidumbre que provocan las expresiones altisonantes y desmedidas de Chávez no es de extrañar la preocupación de Colombia. El gobierno de Uribe ha manifestado su deseo de resolver las cosas a través del diálogo, pero no habría que descartar alguna aventura bélica por parte de sus vecinos.

Es verdad lo que señalan muchos analistas de que una guerra entre ambos países es ridícula, sería impensable y todo lo demás, pero también es verdad aquello de que a las armas las carga el diablo y los tontos las disparan. Cuando un conflicto comienza a escalar a veces resulta muy difícil volver para atrás y, en este sentido, la actitud del gobierno venezolano es, cuanto menos, altamente irresponsable.

Se dice que es la ocasión de que actúen los organismos regionales como Unasur o el Consejo Sudamericano de Defensa. Lula dijo que mediaría en el conflicto si ambos gobiernos lo solicitan. Sin embargo, hasta ahora, su gobierno ha sido demasiado condescendiente con las posturas bolivarianas. Es hora de que Brasil se haga oír, tanto da si es potencia o no lo es, tanto da si quiere ejercer el liderazgo regional o no.

Si las cosas siguen como hasta ahora y Venezuela persiste en su actitud provocativa y amenazante las fracturas regionales aumentarán y la división hará naufragar cualquier proyecto de integración sudamericana. De prosperar la retórica guerrera, al menos durante muchos años, los campos de América Latina quedarán yermos por la sal derramada sobre ellos. Y éste será el legado que el sucesor de Bolívar dejará para la posteridad.






martes, 3 de noviembre de 2009

PAPELES PARA ANÁLISIS


GUERRILLA


Secundino González Marrero
Universidad Complutense de Madrid

Desde un punto de vista estricto, el término "guerrilla" sirve para designar al grupo que usa tácticas militares irregulares en un conflicto bélico: operaciones de sabotaje, acoso, hostigamiento y , en su caso, acciones terroristas que debilitan al enemigo. Dichas acciones pueden ser exclusivas o complementarias por parte de o de los contendientes: de hecho. el concepto se acuñó para designar a las unidades integradas por españoles que combatían junto al ejercito regular de los británicos en la Guerra de la Independencia española. Pese a que la palabra tiene, pues, un origen relativamente cercano en el tiempo, el uso de acciones guerrilleras se remonta a los propios orígenes de la guerra, y su práctica fue recomendada por los teóricos y estrategas de los conflictos armados desde la aparición generalizada de estos.

Sin embargo, y aunque hay que insistir en que el uso de unidades guerrilleras puede ser una táctica habitual por parte de los ejércitos regulares, el concepto de guerrilla ha venido restringiéndose en los últimos cincuenta años para terminar asociándose con los de insurgencia o revolución: de este modo se piensa en la guerrilla como en aquel grupo que, usando tácticas guerrilleras, se enfrenta a un ejército regular con el fin de alterar el orden político. La ideología y los objetivos políticos devienen así parte constitutiva del moderno uso del término, de tal modo que a algunos de los episodios de cambio político más relevantes en los últimos decenios se les asocia con él: las revoluciones china, cubana o nicaragüense fueron llevadas a cabo en toda o buena parte por las guerrillas maoísta (transformada finalmente en un ejército mas o menos regular) , castrista y sandinista, las cuales, y en especial las dos primeras, produjeron asimismo algunos textos que han servido como apoyatura teórica para subsiguientes movimientos guerrilleros. Reflexiones sobre el uso de la guerrilla se encuentran ya en el general chino Sunt-tzu, que escribió su tratado sobre la guerra en el año 350 a. C. y, desde luego, concitó el interés de quien ha sido considerado uno de los principales teóricos de la guerra, Claus von Klausewitz . En la guerrilla contemporánea, esto es, en la asociada con un tipo específico de acción política, los autores más destacados, y ellos mismos notables dirigentes guerrilleros, son sin duda Mao Zedong (1893 - 1976) y Ernesto Che Guevara (1928 -1967). La influencia de los escritos de Mao fue notable para Ho Chi Minh y para Vo Nguyen Giap, que dirigieron las sucesivas luchas de independencia en Indochina / Vietnam. Por su parte, el texto de Guevara La guerra de guerrillas (1961) se convirtió en una referencia central para los movimientos guerrilleros latinoamericanos, casi tanto como la propia vida del Che.

El fundamento estratégico de la guerrilla es relativamente simple: un grupo irregular armado, que disponga de apoyo entre la población civil y un terreno apropiado que le permita rehuir el combate abierto, puede, en determinadas circunstancias, enfrentarse a un ejército regular con posibilidades de éxito. Para ello se necesitan, en primer lugar, unos objetivos políticos susceptibles de cohesionar a un grupo dispuesto al uso de la guerrilla. Dichos objetivos pueden ser tan variados como opciones políticas hay en el espectro; sin embargo, la mayoría de los movimientos guerrilleros se han articulado sobre la base de dos ideologías, a menudo combinadas, el nacionalismo y el marxismo-leninismo en cualquiera de sus variantes. Ello ha sido así al menos en los últimos 50 años y no es de extrañar, por cuanto ambas ideologías, sea cual sea la consideración global que puedan merecer, comparten la cualidad de ser altamente movilizadoras para un tipo de acción política, la guerrilla, que exige un elevado grado de sacrificio y se efectúa en condiciones de alto riesgo.

Una ideología fuerte , elaborada como respuesta a una opresión real o percibida como tal es pues condición necesaria para el establecimiento del núcleo guerrillero. Dicha ideología, y en especial la marxista leninista (pues el nacionalismo es de suyo simple), se expone de manera simplificada y a menudo conscientemente adulterada o encubierta a aquella parte de la población que debe constituirse en la base de la guerrilla.

En este tránsito de la ideología desde el grupo originario al grupo social cuyo soporte se pretende obtener interviene de manera decisiva el liderazgo. Cierto es que ello ocurre con cualquier forma de acción política; sin embargo, dado que las guerrillas surgen, en general, en contextos de baja o nula institucionalización política, y dado el tipo de acción que se reclama, el papel del líder es central. Sin cualidades de organizador, férreas convicciones, ingenio militar, habilidad política y valor por parte del líder o del grupo reducido de líderes, es bastante difícil que la guerrilla pueda no ya triunfar, sino tan siquiera estructurarse y mantenerse con presencia significativa. Uno de los pocos casos en los que el liderazgo tuvo un perfil bajo - diluido en una impersonal Dirección colectiva - y la guerrilla resultó triunfante fue el de los sandinistas en Nicaragua, aunque compensaron tal carencia con una sólida unidad de la élite dirigente en los momentos decisivos. Unidad que es, por cierto, otro de los requisitos básicos para el éxito de la guerrilla, al punto que su ausencia ha sido considerada como una de las causas más comunes del fracaso total o parcial de la insurgencia.

En el análisis comparado de los movimientos guerrilleros suele destacarse un factor que resulta fundamental para la extensión de su actividad y sus posibilidades de éxito, y que podría ser denominado "acumulación de capital simbólico". En efecto, para que la población despliegue actitudes de cooperación y simpatía o cuando menos se mantenga neutral, los movimientos guerrilleros han de cuidar dos aspectos. En primer lugar, que los resultados de sus acciones armadas se circunscriban en lo posible a las fuerzas rivales y no afecten a la población civil directamente, siempre y cuando se trate de guerras internas, ya que en los casos de las guerrillas nacionalistas, los civiles del país colonial se convierten en objetivos militares. La ausencia de cuidado en las relaciones con la población civil en el caso de conflictos internos es considerada parcialmente responsable del fracaso de varios movimientos guerrilleros (los comunistas griegos en 1946-1949 y el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional en los primeros años del conflicto salvadoreño, aunque aquí se trata de un fracaso parcial, v. infra).


El cuidado con relación a la población civil no obsta para que las guerrillas, a partir del viejo principio radical del "cuanto peor mejor", puedan estimular mediante sus actos reacciones represivas indiscriminadas por parte de las autoridades, de modo que la ciudadanía "tome conciencia" de estar sometidos a un orden tiránico. De hecho, en la mayoría de las guerrillas que acabaron triunfando, y también en las que no triunfaron, la búsqueda de este tipo de reacciones constituyó una táctica recurrente. De igual manera, los movimientos guerrilleros, a partir del mismo principio antes enunciado, suelen concentrar sus esfuerzos en desbaratar los procesos de reforma internos por parte de los regímenes contra los que actúan. Casos ha habido , en especial frente a regímenes de tipo sultanístico, donde aún siendo técnicamente posible eliminar al gobernante máximo, se renunció a hacerlo, por cuanto la permanencia en el poder del mismo constituía una garantía de que no se abrirían procesos de reforma que desactivaran las posibilidades de insurrección generalizada.

Al mismo tiempo que sus acciones "desvelan" la perversión esencial del régimen a derrocar, la guerrilla debe hacer visible ante la población que el nuevo orden que pretenden construir es sustancial-mente mejor (mas justo, mas libre) que aquel contra el que se dirigen. Las recomendaciones de Mao Zedong a sus tropas para que pagaran la comida que obtenían de los campesinos ilustra bien este punto, al igual que en otros casos lo ha sido el establecimiento de escuelas y centros de salud en las zonas bajo control, como también, allí donde es una demanda sentida, la ejecución de reformas agrarias.


Este tipo de comportamientos con respecto a la población civil es vital para las guerrillas, y no solo por razones políticas, sino por otras que derivan de la esencia misma del tipo de confrontación militar que desarrollan. El rechazo a la confrontación abierta, la realización de sabotajes y emboscadas, la elevada movilidad y diversificación, que son consustanciales a la acción guerrillera ("usar la más pequeña fuerza, en el tiempo más rápido y en el lugar más lejano", como hacía Lawrence de Arabia, uno de los grandes guerrilleros de todos los tiempos), se vería enormemente dificultado sin la colaboración de algún sector de la población, que puede servir, además de como fuente de reclutamiento (en ocasiones forzoso), en tareas de espionaje, de guía, de transporte, de mantenimiento de depósitos clandestinos de armas y de proveedor de alimentos, así como de ayuda médica.

Es obvio que el desarrollo de las guerrillas no depende solo de su capacidad de proveerse de capital simbólico y de recursos humanos. Las armas, por cierto, suelen tener algo que ver en la consecución de sus objetivos, aunque en las fases iniciales la guerrilla puede y suele subsistir con material escaso, e incluso claramente insuficiente. Si el problema de las armas puede solucionarse en el tiempo - en buena medida por la intervención de otros gobiernos - mas complejo resulta en ocasiones la obtención de "santuarios" seguros desde donde operar: de ahí la asociación de la guerrilla con las montañas o la selva, y de ahí también la importancia que adquieren los países fronterizos con aquel en que se desarrolla la confrontación.

Armas, legitimidad y santuarios, recursos externos en suma, aparecen históricamente como condiciones de posibilidad en el origen y, sobre todo, en el desarrollo de la guerrilla. Sin embargo, ello no significa, como apresuradamente concluyeron algunos teóricos de la contrainsurgencia, que la eclosión de actividades guerrilleras haya obedecido exclusivamente a algún malévolo plan elaborado desde centros de poder interesados en generalizar la subversión.

Ahora bien, descartada la hipótesis de la conspiración externa, la pregunta subsiguiente es ¿existen algunas causas más o menos precipitantes - y más o menos generalizables - que estén en la génesis de movimientos guerrilleros?.

Si ponemos la mirada en América Latina , sin duda el área donde más ha proliferado este modo de acción política ( más de un centenar organizaciones guerrilleras fueron creadas allí entre 1955 y 1995, aun cuando algunas fueran poco más que siglas y otras meramente terroristas) parece claro que pueden detectarse algunas causas comunes. Desde luego, la mayoría de los regímenes desafiados por las guerrillas fueron (algunos todavía lo son) doblemente excluyentes. En el ámbito político, autoritarios de diversa condición, desde burocrático-autoritarios, según el modelo de Guillermo O'Donnell, hasta sultanísticos, tal y como los caracterizó Juan J. Linz. La otra exclusión, de tipo social -desigualdad, pobreza, marginación étnica- alimentó la voluntad de cambio radical. Sin embargo, ambas exclusiones pueden ser condiciones necesarias, pero no suficientes. La modernización asincrónica de las estructuras sociales latinoamericanas tuvo, entre
otros efectos. el de incrementar exponencialmente el número de estudiantes universitarios, sin que aparentemente se produjeran otras transformaciones que hubiesen podido permitir la formación de canales regulados de acción política. La persistencia de la marginación y la pobreza fue explicada a través de la óptica de la dependencia económica y de la existencia de una alianza esencial entre el gobierno de Estados Unidos y las oligarquías y los ejércitos nativos. Las escasas democracias del área , sin duda de baja intensidad, eran interpretadas como meras fachadas, al servicio de los poderes antedichos, incapaces sustancialmente de mejorar las condiciones de vida de la población. Armados de tales convicciones, miles de estudiantes latinoamericanos abandonaron las aulas durante los años sesenta para engrosar los movimientos guerrilleros.

Pero para que todo ello ocurriera tuvo que darse otro factor , sin duda decisivo y que fue el efecto de imitación que provocó la victoria de Fidel Castro en Cuba. Aún cuando antes de 1959 movimientos guerrilleros habían surgido en algunos lugares del continente, el triunfo castrista muestra claramente una línea divisoria. Si se descarta el precedente de las guerras de independencia contra España, antes de 1959 los grupos y movimientos que pueden considerarse dentro de la categoría de guerrilla apenas llegan a diez en toda América Latina. Después de Cuba, la cifra sobrepasó el centenar.

La influencia de la guerrilla cubana en el resto del área se produjo en tres ámbitos. En primer lugar, en los métodos, por cuanto se mostraba que era posible, a partir de un pequeño núcleo guerrillero - el foco, teorizado más tarde por Ernesto Che Guevara - crear las condiciones objetivas y subjetivas para la revolución. No era necesario esperar, ni a que se fortaleciera el proletariado como clase ni siquiera a la formación del partido proletario. El foquismo se convirtió así en el principal método de acción guerrillera, aun cuando a principios de los años 70 diversas fracciones de las guerrillas se apartaron de él y optaron por otras vías y otros métodos (guerrilla urbana, guerra popular prolongada, según el modelo de Mao, formación de estructuras político- militares) lo que, por cierto, contribuyó a incentivar la tendencia de estos grupos al fraccionamiento. El segundo aspecto de la influencia de Cuba tuvo que ver sin duda con el para muchos excelente balance de resultados del régimen creado por la guerrilla castrista. No solo por su orgullosa afirmación de identidad en la confrontación con Estados Unidos, de indudable influjo en países que eran percibidos por una parte de sus ciudadanos como semisubyugados por el imperialismo, sino por que, relativamente pronto, los indicadores de calidad de vida en algunos aspectos - igualdad, salud, educación - alcanzaron niveles sin duda envidiables si se comparaban con los mismos indicadores en casi la totalidad de los países latinoamericanos.

Una tercera influencia, no desdeñable, vino como resultado de la formación de mitos, y en especial el del Che Guevara, mito sacrificial e iconográfico para dos generaciones de estudiantes latinoamericanos. Omar Cabezas, guerrillero sandinista, llegó a escribir en su libro autobiográfico que su obsesión, al incorporarse al FSLN, era "ser como el Che" . .

En los años ochenta, buena parte de las guerrillas perdió parte de su fundamentación histórica y política. Y ello por dos motivos: las transiciones a la democracia de la Tercera Ola tuvo efectos notables en su capacidad para obtener apoyo. Al fin y al cabo, como había señalado el Che Guevara, la guerrilla tiene serias dificultades de prosperar allí dionde hay gobiernos electos mas o menos legítimos. Por otra parte, la crisis del socialismo real dejó a los grupos guerrilleros de orientación marxista-leninista sin referencias ideológicas y políticas, además de otro efecto de difícil evaluación, cual fue la disminución de su volumen de recursos externos. De este modo se iniciaron procesos de negociación orientados a la reinserción de las guerrillas en la vida regular de los regímenes democráticos, por la vía de su transformación en partidos, o su inclusión en alguno de los existentes. Elló ocurrió, entre otros lugares, en Uruguay, Argentina, El Salvador, Guatemala, Honduras y, parcialmente, en Colombia.

¿Ha terminado la época de las armas en América Latina ?. Afirmaciones apresuradas a esta pregunta fueron hechas poco antes del 1 de Enero de 1994, justo cuando, en el sur de México, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional irrumpía en varias poblaciones del Estado de Chiapas con el propósito de alterar la supuesta entrada de México en el Primer Mundo a raíz de la puesta en vigor del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Combinación paradójica de fundamentación premoderna (es mas una revuelta, pensada para llamar la atención hacia un problema concreto o para protestar contra injusticias específicas que un movimiento guerrillero orientado a la toma del poder político) y tácticas posmodernas, como el uso de recursos publicitarios sofisticados, y de las nuevas tecnologías de comunicación, la revuelta organizada por el EZLN no ha tenido el efecto de imitación que muchos de sus panegiristas auguraban. La frustración de ciertos sectores de la ciudadanía por los efectos percibidos de las políticas de ajuste, la globalización y la mala calidad de las democracias se ha ido canalizando en los últimos años hacia fórmulas neopopulistas. Pocos jóvenes latinoamericanos quieren ser ya "como el Che". O como Marcos.

domingo, 1 de noviembre de 2009

LA CPI Y EL MIEDO MILITAR

SEMANA.COM - 1 de noviembre de 2009


RAFAEL GUARÍN

En el Cañón de las Hermosas, Alfonso Cano debe preocuparle lo mismo que antes de su extradición obsesionaba a Salvatore Mancuso y a Don Berna: ¿Cómo substraerse de la justicia penal internacional? A pesar de su soberbia, heredada de Jacobo Arenas, la cosa debe causarle tremendos salpullidos, más aún, cuando el 1 de noviembre finalizan los siete años consagrados en la cláusula 124 del Estatuto de Roma, en virtud de la cual el Estado colombiano declaró que no aceptaba competencia de la Corte Penal Internacional (CPI) respecto a los crímenes de guerra.

El tema conlleva también otro tipo de reacciones. Sectores de oposición pretenden utilizarla como “coco” para intimidar al gobierno, otros la emplean dentro de un discurso que quiere deslegitimar las instituciones democráticas. El caso de Piedad Córdoba ilustra ambas cosas: sugirió el absurdo de que antes que las Farc comparecieran ante ese tribunal por el secuestro de los llamados “canjeables”, lo harían los funcionarios del gobierno por la misma razón.

Por otro lado, hay una fuerte inquietud en las filas de la fuerza pública. Entre los militares hay temor, aún antes de que se develaran los “falsos positivos”. Al hablar con oficiales de diferente rango, con facilidad se percibe la preocupación de que luego de sacrificarse durante años enfrentando el narcotráfico y el terrorismo terminen injustamente en la cárcel.

Esa predisposición no es gratuita. Se piensa que la Corte se convertirá en una pieza de la guerra jurídica que la guerrilla adelanta contra el Estado, con la ayuda de farianos y elenos camuflados en la legalidad. Es racional, la combinación de todas las formas de lucha, legales e ilegales, como diría Lenin, implica el intento de utilizar las instituciones internas y foráneas para golpear al enemigo.

Los camaradas ven en el Estatuto de Roma una oportunidad para desplegar una ofensiva y generar pánico en las tropas. El tema no es menor. Si el pánico cunde en la fuerza pública, ni siquiera el firme liderazgo civil y apoyo de los ciudadanos será suficiente para contener un declive de la Política de Seguridad Democrática. Las Farc lo saben, al igual que sus aliados, y hacen todo lo posible por jugar esas cartas.

A pesar de eso y de las campañas de propaganda y rumor, desplegadas con el fin de producir aprensión en las fuerzas armadas con relación a la jurisdicción penal internacional, los soldados y policías no deben tener el más mínimo temor. Son varias las razones: Primero, en Colombia no hay una política de Estado de violación de los derechos humanos. Segundo, la CPI actúa subsidiariamente, es decir cuando la justicia del país no lo haga.

Y, tercero, en ambos aspectos el Estado está trabajando para garantizar el respeto absoluto de los derechos humanos, lo certifican las cifras del CINEP que registran un descenso en las denuncias sobre supuestos falsos positivos, al tiempo que existe un esfuerzo muy grande por dilucidar judicialmente las responsabilidades de casos que se enmarquen en crímenes de lesa humanidad y de guerra.

Así, pues, no debe haber miedo alguno en la medida que se aplique justicia y las fuerza pública cumpla con sus deberes constitucionales, comenzando por que no haya ni una sola violación de derechos humanos. ¡Esa debe ser su real preocupación!
Alfonso Cano.

Quienes en realidad deben desvelarse son los cabecillas de los grupos armados ilegales. Jojoy y compañía insistirán en la supuesta “salida negociada al conflicto social y armado”, al tiempo que pretenderán que el primer acuerdo sea la impunidad total. El detalle está en que frente a la justicia penal internacional no tiene ninguna validez cualquier medida que signifique perdón y olvido, así provenga del voto directo del pueblo.

La consecuencia es que si el diálogo y la negociación se condicionan a impunidad, la entrada en vigencia de la Corte no solo no es una amenaza para la fuerza pública, sino una estocada a la estrategia guerrillera. También a sus recurrentes montajes de “salida política” y, en últimas, el más formidable refuerzo a una política de firmeza contra el terrorismo y a la acción legítima de la fuerza pública. A las Farc, con pena de Alfonso Cano, solo les queda el sometimiento a la justicia o desfallecer en el Cañón de las Hermosas. ¡Escojan!